Tengo un amigo que es un perfecto cuentista. Bah, casi.

Supongo que todos recuerdan que, en el mes de julio de 1927, la revista Babel publica el famoso decálogo de Quiroga. El último consejo de esa lista infinita sugiere lo siguiente:

Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno.

Mi amigo, informático de profesión, no escribe cuentos, pero cada tanto me relata cosas que pasaron en su laburo. A primera vista, esas historias sólo podrían tener interés para él y sus compañeros. Pero justamente eso, diría Quiroga, es lo que le da vida a sus relatos.

En más de una ocasión me he encontrado pidiéndole que me cuente alguna anécdota, quizás ahora se enteré de por qué lo hago.

222 patitos y otros cuentos me hizo recordar esa máxima de Quiroga. En él lo narrado sólo puede tener interés para sus pequeños personajes. Pero, a diferencia de los relatos de mi amigo, nos encontramos en el ámbito de la ficción y de la escritura que, vale advertir, Falco maneja con pericia.

Los gatos son así, tienen ese instinto medio como de agua o de plastilina, de andar buscando cosas que les den forma.

Hay algunos textos dignos de figurar en antologías escolares y otros de estar en boca de todos. Un poco entusiasma el hecho de que muchos de estos cuentos hayan sido publicados (mas quién sabe cuándo fueron escritos) cuando Falco tenía 27 años.

Sobre la idea de que es «el mejor cuentista vivo de Argentina» solo diré que cumple con algunos requisitos: esta vivo, escribe cuentos y es argentino. Resta saber cómo se mide eso de ser el mejor. Cuestión tal vez interesante y ciertamente baladí.

Cuando esté dentro de mis posibilidades económicas y temporales seguiré explorando su narrativa.

Federico Falco, 222 patitos y otros cuentos. Eterna Cadencia, 2016 [2004/2014], 160 páginas. Precio: $450.-