Unos años atrás (escribo en 2018 y el tiempo suele representarse como una lĂ­nea continua e irreversible), leĂ­ en el sitio Open Culture un artĂ­culo sobre la tesis de posgrado en AntropologĂ­a que la Universidad de Chicago le rechazĂł a Kurt Vonnegut. Él resumĂ­a su tesis de esta forma:
La idea fundamental es que las historias tienen moldes (shapes) que pueden ser dibujados en papel milimetrado, y que el molde de las historias de una sociedad dada es, al menos, tan interesante como el molde de sus macetas o sus puntas de lanza.
Por entonces, mi conocimiento de la lengua inglesa era menor al actual, por lo que la infografía que acompañaba al artículo me sirvió mucho para entender la idea.

Días atrás asistí a una charla en la que Brian Janchez mencionó y graficó la tesis de Vonnegut. Dijo que le suele resultar útil armar ese diagrama al pensar en el argumento de una historieta. O, mejor, en el desarrollo de un personaje.

La de Vonnegut es una propuesta descriptiva —que, como todas, puede resultar insuficiente—, pero a Janchez le resulta útil como herramienta a la hora de producir. Sin embargo, intentó demostrar su acierto interpretativo. Así, graficó la curva, o el molde, de Star Wars.

Me parece que usada así, la idea del molde de la ficción corre el riesgo de convertirse en los lentes a partir de los cuales el lector vea toda creación. Y, de ese modo, la ficción se reduciría a líneas en forma de "U" o de "—", entre otras variantes. ¿Qué hacer entonces con el cuento más famoso de Monterroso?

Escribo esto porque a veces me resulta sorprendente cĂłmo las cosas vuelven con el tiempo. Los formalistas rusos ya habĂ­an intentado deslindar —sĂłlo a los fines analĂ­ticos— fábula —lo que sucede en un relato— y siuzhet —la manera en la que los acontecimientos son presentados. En otra vĂ­a, Campbell buscĂł el monomito. Y, en nuestros dĂ­as a Jockers entiende que existen sĂłlo seis tramas argumentales que subyacen a toda narraciĂłn. En fin, la bĂşsqueda analĂ­tica se repite, se renueva, se recicla, pero siempre sigue vigente.

Pero no me refería a eso, sino a algo más personal. Lo que volvió fue Vonnegut, la página Open Culture, el recuerdo de la vez que leí Matadero 5 —una impresión de 6 páginas por carilla en letra más que diminuta—, la voz de Fogwill hablando sobre cómo la figura del desalineado Vonnegut había sido un invento de marketing, mi reproducción en un cuaderno de la portada de Madre Noche realizada por Liniers, un libro de tapa amarilla —¿y un payaso?— abandonado en la mesa de luz.
¿Le daré una nueva oportunidad a ese libro? Sé que él no la pide, que sólo se trata de cierta relación de la lectura con la culpa. Todavía no aprendí del todo la lección de Borges o, ¿por qué no?, no quiero que me determine la experiencia de otro con los libros.