El rufián moldavo (2004) es la primera novela de Cozarinsky. La leo quince años después de su primera publicación, sin el prejuicio del prestigio que rodea al autor. Escribo sobre ella sin las necesidades de los críticos de los suplementos culturales o la de los editores.

—Los cuentos no se inventan, se heredan.
El viejo hablaba en voz baja, pero firme.
—Es peligroso inventar cuentos. Si resultan buenos, terminan por hacerse realidad, después de un tiempo se transmiten, y entonces ya no importa si fueron inventados, porque siempre habrá alguien que después los haya vivido.
La novela puede llegar a resultar interesante porque permite hablar sobre temas como el exilio, la identidad, la trata de personas, la reconstrucción de la historia y el testimonio. Eso en caso de que a uno le interese la lectura por tema o si uno quiere enriquecer una obra que más bien parece un prolijo ensayo de novela cuyo relato busca hacer converger distintos hechos en el devenir de un personaje.

Es una novela constantemente explícita. En principio busca establecer una relación inquietante entre la realidad y la ficción, pero no lo logra.

¿A qué me refiero? La narración de la novela está a cargo de un investigador interesado en el teatro idish en Argentina. En particular, busca datos sobre una obra «El rufián moldavo». Se encuentra con distintos testimonios, pero el más importante es el de la hija del autor de la obra. A partir de él se entera de una historia familiar que le da un nuevo trasfondo a la obra. Entonces, el narrador se pregunta si acaso ese testimonio no sería una representación, una puesta en escena. El lector, uno siempre se toma como modelo, no lo sigue en esa inquietud.

La idea del investigador engañado no es ni nueva no mala, pero no siempre se ejecuta de manera verosímil. Y menos aún cuando se le hace realizar las preguntas que el lector intrigado debiera hacerse.

El de Cozarinsky me parece un libro correcto, pero lejos está de ser intrigante. Y él se esfuerza en que esto sea así. En el último capítulo de la tercera parte, por ejemplo, el narrador hace un resumen de todo lo acontecido y expone todas las dudas que tendrían que haber quedado sin posibles respuestas.

Si de temática hablamos, si de observación se trata, hay una historieta del Corto Maltés, de Hugo Pratt, que tiene como telón de fondo a la Zwi Migdal, se llama Tango (alguna vez Brian Janchez escribió sobre una escena de esa historieta aquí). En mi recuerdo es algo más interesante que está novela.

Ahora bien, si les interesan las novelas bien escritas, El rufián moldavo es una buena opción.

Edgardo Cozarinsky, El rufián moldavo. Emecé, 2004, 160 páginas. Precio: $140.

La reedición de La Bestia Equilátera se consigue a $450.