Este es el año de Homero. En las redes, cientos de personas a lo largo del mundo comparten semana a semana el avance, canto a canto, de sus lecturas, sus dudas, sus descubrimientos y, sobre todo, su fascinación.

Es que la obra homérica, con sus altos y bajos, con su relato fragmentado y con su intrincada historia textual desata pasiones.

Pero incluso quienes no han leído a Homero, de algún modo lo conocen. De la ilíada, la guerra a Ilión (Troya), les resultará conocido el famoso caballo ideado por Ulises, con el que se le pone fin a una guerra de diez años.

Quiero explicar lo que yo sé, para que así también vosotros comprendáis lo que yo comprendí: la guerra es una obsesión de los viejos, que envían a los jóvenes a librarla.

De eso, y de algunas cosas que llegan filtradas por la cultura mass-mediática poco o nada hay en la Ilíada de Homero.

Como una esclava, aquel día yo estaba en silencio, en mis habitaciones, obligada a tejer sobre una tela del color de la sangre las empresas de los troyanos y de los aqueos en aquella dolorosa guerra que se libraba por mí.

Este texto de Baricco —que se saca de encima a los dioses, que aggiorna ciertos usos lingüísticos, que evade el usos de las repeticiones propias de la oralidad y que descree de la idea de contar sólo un fragmento de la guerra— se sirve de ciertas adiciones (propias y ajenas) para organizar un relato que, por lo menos, intenta respetar los hechos narrados por el bardo ciego.

Imaginé mi flecha volar y acertar. Y vi que aquella guerra terminaba. Esa es una pregunta en la que uno podría pensar durante mil años sin encontrar nunca la respuesta: ¿es lícito hacer algo infame si así se puede detener una guerra?

A partir del uso de la primera persona y poniendo en voz de distintos personajes el relato de los hechos, Baricco logra una obra que por momentos ofrece una experiencia más que placentera.

Los jóvenes tienen una idea vieja de la guerra: honor, belleza, heroismo. [...] Pero yo era viejo. Ulises era viejo. Nosotros sabíamos que vieja era la larga guerra que estábamos librando, y que un día la ganaría aquel que fuera capaz de librarla de una manera nueva.

Su Ilíada, así como la de Homero, está hecha con el fin de ser recitada o, al menos, leída ante un público. Escuchar los lamentos de Aquiles y los de Priamo narrados por ellos mismos es una buena forma de interpelar al auditorio.

De la lectura, el que más disfruté, fue el capítulo de Criseida. Es decir, el primero y, por lo tanto, todo fue en pendiente para mí.

El libro no es malo, pero genera cierta insatisfacción. Hay ciertas escenas que en la Ilíada de Homero se resuelven por a partir del accionar de los dioses, que tienen una participación importante en el texto. Al quitarlos de escena, en más de una ocasión y sobre todo hacia al final, Baricco las resuelve de manera torpe.

De todas formas, considero que es una lectura recomendable para introducirse no en el mundo homérico, pero sí en la historia de la Ilíada. ¿Por qué? Porque la manera en la que están presentados los personajes es mucho más amena que en texto de Homero y conocerlos antes se abordar la epopeya griega puede resultar una herramienta muy útil.

Alessandro Baricco, Homero, Ilíada. Anagrama, 2018 [2004], 190 páginas. Traducción: Xavier González Rovira.