Boogie transcurría en Nueva York, pero como yo siempre he sido muy vago para dibujar, yo no hago fondos. Yo me asombro cuando veo las historietas, qué se yo, de Horacio Altuna, que atrás están los edificios, los autos, los detalles. Yo doy una puta de referencia para saber si el personaje está en un interior o está en un exterior. Si hay un semáforo, está en la calle; si hay un cuadro, está adentro de un local... Y que la gente ya se haga la idea de eso y colabore de alguna manera pensando que la situación transcurre en esos sitios.

Fontanarrosa describe así su labor en una entrevista que diera a Patricio Barton, allá por 1999. En parte, supongo, porque se decía admirador de la vagancia. ¿No había sido ella el motor que llevó a la humanidad a pensar en la rueda o, siglos más tarde, en el control remoto?

Cuando uno lee sus tiras todo parece fácil: el trazo de los dibujos, los diálogos de los personajes, la dosificación de la información, la hipercodificación de los géneros narrativos, ¡todo! Y justamente ahí es donde se nota el laburo de lectura, de interpretación, de apropiación, y el goce: porque no se puede hacer nada bueno sin goce.

En Boogie está todo eso. La mecánica del oficio, que lleva tiempo adquirir, es lo que le permite a Fontanarrosa descansar sobre los procedimientos, sobre los artificios que fue configurando tira a tira. Un artificio al que se dedicó con la tenacidad de un vago.

Boogie es un mercenario neoyorkino, racista, misógino, adicto a la violencia, cruel y solitario. Un combo que algunos han celebrado sin entender la parodia. Ese fue, entre otros, el motivo por el cual Fontanarrosa dejó de hacer estas tiras: sus lectores se alegraban de que por fin hubiera un personaje que golpeara a los negros y a las mujeres.

Hay quizás allí un lindo caso de estudio sobre la recepción, sobre la relación entre forma y contenido, sobre lo problemático de todo enunciado. En fin, el humor como cualquier otro artefacto cultural nos puede igualar en el goce, pero las razones que mueven nuestra sensibilidad nunca son homogéneas.

Una de las cosas que más me gustaron es que, para dar cuenta de esa soledad propia de Boogie, el personaje necesita estar siempre acompañado. Hace poco me dijeron: la soledad en el teatro siempre es compartida. Y acá, con Boogie, pasa eso: siempre se lo ve dialogando con personajes variopintos que nunca se repiten. Esto, por un lado, nos muestra la versatilidad de Fontanarrosa; por otro, la fugacidad de las relaciones meramente contextuales de un personaje pétreo, invariable, y, finalmente, no hacen otra cosa más que hacer evidente esa soledad de los tipos que siempre necesitan compañía.

En fin, si quieren leer a Fontanarrosa, están de suerte. Hoy en día sus libros está en saldo y se consiguen por $100 aprox. en librerías como El Aleph o alguna otra que le dedique un espacio al saldo.

Roberto FontanarrosaBoogie, el aceitoso (seis tomos). Planeta, 2013, 120 páginas. Precio (en saldos): $100.-