Hay una diferencia semántica entre los vocablos latinos alius (a, um) y alter (a, um). El segundo, el más conocido, implica ser el otro entre dos opciones. Ser otro entre dos cosas supone una fácil identificación: ¿decís rojo o colorado? ¿círculo o redondel? Matías Martin podría preguntar ¿de qué lado estás? Y uno sencillamente responder.

Alius supone un grado de extrañeza mayor. Es ser otro entre una cantidad que puede ser indeterminable. La palabra alien viene de ahí. Entonces un alien es un otro, pero ¿el otro de quién? O, mejor, ¿de quiénes?

En Alien, de Aisha Franz tres mujeres conviven en una casa: una madre y sus dos hijas, una adolescente, y una en camino a serlo. Las tres comparten el techo, la mesa, el pan, pero apenas intercambian palabras. Están, de algún modo, aisladas. No forman una comunidad, un nosotros familiar, aunque quizás compartan la misma angustia.

La historia está dibujada y pintada en lápiz negro. Lo que, por un lado, suma un clima opresivo a la historia y, por otro, brinda cierto grado de calidez nostálgica. ¿Es una búsqueda artísticas alejarse del hábil trazo entintado del cómic? ¿La exploración de una línea más espontánea? No lo sé, pero esas preguntas y otras tantas parecen interesante para pensar al medio y la eterna dicotomía entre las culturas. Los famosos opuestos de una alteridad fundada identidades cuasi judiciales: "desde aquí he de venir a juzgar los goces estéticos".

Parecen interesantes para pensar al medio, decía, pero quizás no para hablar sobre Alien: un libro que, en sus 212 páginas, nos cuenta una parte de lo otro.

Aisha Franz, Alien. Musaraña Editora, 2018, 212 páginas. Traducción: Alejandro Bidegaray. Diseño, rotulación y maquetación: Alejandro Levacov.