Pienso en Artl (qué apellido difícil) leyendo las traducciones que se cruzaba. Pienso en su lectura ingenua, pero atenta, entregada. Pienso en el goce de leer de segunda mano. Todo eso pienso mientras leo Los días Trakl, porque leer es en alguna medida recordar. Y por eso, mientras Saccomanno comenta su lectura, yo pienso en Silvio Astier, el protagonista de El juguete rabioso. Hay un momento de la novela en el que entra a una biblioteca y afana libros. Uno en particular le llama la atención: Charles Baudelaire, vida y obra. Cito de memoria, cito mal, quiero ser fiel a Arlt, él también cometió ese error. Lee:

«Te adoro igual que a la bóveda nocturna
¡oh, vaso de tristeza! ¡oh, blanca, taciturna1
(...)
¡y vamos a los asaltos vamos
como frente a los asaltos, un coro de gitanos!

y exclama: «¡Che, esto es hermoso!»

Baudelaire dedicó ese poema a Jeanne Duval, su amante de origen haitiano, a quien llamaba Venus noire (negra, perdón Liga Inglesa de Fútbol). Raro sería, entonces, que le dijera “blanca” en el poema. Pero el francés es un idioma difícil, confuso y no siempre se nos da bien traducirlo. Pongamos por caso ese verso del «Je t’adore» de Las flores del mal. Si vamos a cualquier edición bilingüe veremos que el adjetivo que se usó fue el francés ‘grande’. ¿Cómo se puede traducir eso? ‘Blanco’, sí, seguro esa es la mejor opción. Las malas traducciones son hijas del apuro. Pero quien escribe esto no es ningún trujamán, así que no podremos profundizar más en esto. Lo que nos queda por advertir, en todo caso, es que la impericia no acabó con la belleza poética. Nuestra única certeza es que a Silvio el poema, así como está, lo fascina.

¿Por qué estos jóvenes y no tanto necesitan tunearse de artistas? ¿Por qué leer poesía puede envenenar de afectación?

Dada la transformación, como diría Kafka, nos queda preguntarnos: ¿Qué es lo que nos gusta de la poesía? ¿La sonoridad? ¿La espacialidad? ¿Las dos cosas? ¿Qué pasa cuando la poesía atraviesa el proceso de traducción? ¿Cómo leer a Homero? ¿Qué traducción comprar: la prosificada o la versificada? Todo lo relacionado a la traducción está ligado a la lectura.

¿Quién en mi infancia me decía: no leas tanto que te va a hacer daño? Bueno, atengámonos a las consecuencias. El daño está hecho.

Siempre hay algo de traducción en la lectura. Al principio, porque desconocemos el nombre de muchas cosas y, si es una cosa concreta, buscamos darle una imagen: ¿qué es un hipopótamo? Luego, porque hay palabras que no utilizamos, pero conocemos sus sinónimos: ¿qué es un grifo? Más tarde, porque empezamos a asociar: ¿y un hipogrifo? A veces las cosas no salen del todo bien.

Transfigurar —si este es el caso— consiste también en dejarse asediar. Si una lectura no me asedia, no me transfigura.

También hay traducción en todas esas historias que abordamos con sincero interés y que, sin embargo, nunca nos llegaron con voz original: los mitos griegos, los relatos folclóricos europeos, los cuentos ingleses, las animaciones japonesas. Pero casi nunca nos preguntamos por ella. En Los días Trakl, Saccomanno detiene su lectura y toma a la traducción como un problema.

Escribir es inscribirme, la intención de hacer una marca, estampar una huella. [...] La huella como signo de identidad, pero también como egocentrismo.

Pero antes nosotros tenemos que resolver uno. ¿Qué es Trakl? Sería más correcto preguntarnos quién fue Trakl, para eso, de antemano, tendríamos que presuponer que el uso de la mayúscula indica que esa palabra puede llegar a ser un apellido o, simplemente, tenerlo alojado en nuestro repositorio de conceptos. «Cada palabra arrastra su propia memoria», diría Pérsico. Y no hay memoria sin experiencia. Pues bien, entonces, ¿quién es Trakl?

T asiduo cliente de prostíbulos. Sublima el deseo de la hermana en el comercio sexual. La lascivia reprimida se desvía en las prostitutas.

Georg Trakl (otro nombre difícil, el truco es pronunciarlo Traquel y que nadie oiga) fue un poeta. Vivió entre 1887 y 1914, en un mundo dado al conflicto, entregado a los avances tecnológicos y que poco a poco fue descreyendo de las ideas de progreso. En agosto de 1914 fue enrolado como farmacéutico a la llamada Primera Guerra Mundial. Tras la batalla de Grodek, le toca atender de decenas de personas heridas, mutiladas y moribundas por los horrores de una guerra que recién empezaba. Escribe un poema al respecto. Poco después se suicida.

Qué tiene que ver conmigo la vida desgraciada de T, ese hijo de un comerciante ferretero luterano y una católica descendiente de eslavos, melómana y anticuaria. Eran seis hermanos. Con la menor, Margarette, lo unía el piano y las lecturas [...]. También el incesto.

En su juventud, Saccomanno fue un lector asiduo de Rimbaud (lo pronunciamos Rambó, nos reímos, seguimos y esperamos que ningún francés nos oiga). Leía todo lo que le caía en sus manos. Incluso a sus epígonos. Entre ellos, Georg Trakl. Un poeta no tan mentado, pero que pensado por Wittgenstein (Vitguenstain), Heidegger (Jaideguer) y Pizarnik (Alejandra). Su escritura está atravesada por la historia y en un tono áspero da cuenta de su modo de sentirse extraño en el mundo.

El lenguaje no puede revelarnos el sentido último de las cosas, pero no tenemos otra cosa.

Este libro, diario de lectura y composición, nace del reencuentro fortuito de Saccomanno con la poética de Trakl. Con fervor, busca distintas ediciones de sus textos. Luego, se pregunta, ¿se puede leer, se puede traducir a Trakl sin saber alemán? «Contrafóbico», se responde que sí. Se justifica, siempre se leyó de segunda mano, y se pone a escribir sus propias versiones de los poemas. Transfigurar, le dice, una «deconstrucción reconstructiva».

Se escribe para justificar la existencia en el mundo: soy esto, lo que escribí, lo que escribo, lo que no puedo dejar de escribir.

Leer, traducir, escribir. De eso se trata Los días Trakl. Un librito intenso que, por momentos, pide que lo soltemos.

Guillermo Saccomanno, Los días Trakl. Diario de lectura. Las cuarteta, 2020, 152 páginas. Precio: $720.-