Cada tanto Internet cuestiona nuestra humanidad y nos pide pruebas de que no somos un robot. Ahora es menos frecuente, quizás por ese proceso de simbiosis en el que nuestras memorias, horas de sueño y pulso cardíaco se alojan en ella, o porque en el mundo digital ya no hace falta una huella para corroborar nuestra identidad sino tan solo un click.

Los robots pueden hacer de todo. Ustedes no están preparados, ustedes solo saben dar órdenes. Hablan demasiado.

Hoy el mundo está lleno de robots, algunos cocinan, otros bailan, otros analizan todo lo que hacemos en las pantallas. Algunos se ven, otros no. Creo que, décadas atrás, no nos imaginábamos robots invisibles. A lo sumo, pensábamos en los cíborgs y en computadoras parlantes como algo futurista. Hoy son nuestro presente.

Hay un exceso de mano de obra. La gente se está haciendo innecesaria, superflua, por así decirlo. El hombre sobrevive por ahora, es un resto; pero lo que es seguro es que después de treinta años de competencia empezará a desaparecer.

En estos días releí R.U.R., la obra de Karel Čapek que introdujo el término robot al lenguaje universal. En ella, paradójicamente, no se los presenta como esa cosa de metal que solemos imaginarnos, sino como humanos artificiales. Máquinas y humanos son indistinguibles. De ahí en más, la temática se repetirá una y otra vez, articulando nuestros deseos y temores.

La naturaleza es incapaz de adaptarse al ritmo del trabajo moderno. Desde un punto de vista técnico toda la infancia es una soberbia estupidez. Una cantidad de tiempo perdido.
Claro, mire, trabajan como cualquier otro aparato. Se acostumbran a la existencia. [...] Y al mismo tiempo pasan por el período de entrenamiento y aprendizaje. [...] Es algo muy parecido a ir a la escuela. Aprenden a hablar, escribir y contar. Tienen una memoria asombrosa, pero nunca piensan nada nuevo.

R.U.R. no es la primera ficción que aborda los métodos alternativos para fabricar seres humanos, solo que aquí no se lo hace a partir de arcilla, materia putrefacta o trozos de cadáveres, sino por medio de un proceso químico industrial. El objetivo es la liberación humana, que esta se pueda entregar al ocio. El resultado, su perdición.

Quería que el hombre se convirtiera en maestro. Que no tuviera que vivir solo por un pedazo de pan. Quería que ni siquiera un alma se viera apresada por los trucos de otros. Quería que no quedara nada, absolutamente nada de este maldito orden social. Me repugnan la degradación y el dolor, me repugna la pobreza. Quería una nueva generación.

La obra es una suerte de denuncia a los efectos deshumanizadores de la economía industrial. Los robots se fabrican y se comercializan como chorizos. Los humanos se ven reflejados en estos productos que despiertan distintas sensaciones: compasión, repulsión e indiferencia.

Nadie puede odiar al hombre tanto como otro hombre. Convierte a las piedras en hombres y te lapidarán.

La edición de Alianza tomó la traducción que en 1923 hiciera Paul Server y, con ella, lo recortes que este hizo a la obra. El más destacable es la omisión de Daemon, personaje importante hacia el final de la trama. La traducción unifica a Radius y Daemon, a pesar de que son de alguna manera opuestos. Y no solo eso, borra de escena a varios robots que cumplen funciones dramáticas menores. La edición original se puede consultar en archive.org.

RUR es unaa obra que este año celebra 101 años y que todavía nos interpela. Sería lindo que alguna editorial nacional realizara una nueva traducción. Por lo pronto, me conformo con esta edición que consiguió y me regaló Lectorainconstante.

Karel Čapek y Josef Čapek: R.U.R. y El juego de los insectos. Alianza Editorial, 1966, 224 páginas. Traducción:Consuelo Vázquez de Praga.