Trujamán. Hombre truja: que trueca, que cambia, que lleva y que trae palabras, sentidos, formas, discursos. Sabemos que ese es uno de los nombres históricos de los intérpretes o traductores. Hay al menos una parte de todo lo antes dicho que es invento mío.

Leo o leí ─la lectura es una cosa que sin duda sucede en el pasado─ Escribir palabras ajenas: notas sobre traducción de Pablo Ingberg. El libro es de 2019 y buena parte de él reúne una serie de textos que Ingberg escribió para el sitio o revista digital Trujamán. Lo encontré en una librería1 poco después de haber leído la pésima reedición de Escribir de Marguerite Duras, experiencia de la que ya hablé. Sigo algo molesto con ese libro, no tanto por el trabajo de Ana María Moix (del que poco pude decir), pero aun así supuse que un libro que abordara específicamente la traducción resultaría una suerte de alivio. Y lo fue.

[...] en materia de traducción, no hay leyes de validez general permanente, sino , a lo sumo, criterios de aplicación elástica según los casos concretos.

Entré a la lectura del libro con despreocupado interés. Mi idea era leer algunas reflexiones y luego guardarlo en la biblioteca para eventualmente consultarlo. Pero a medida que fui pasando sus páginas me encontré entregado a un tipo de lectura que no sé si el libro propone ni acepta: lo leí como si fuera una especie de novela. Me encariñé con su protagonista y me gustó que se tratara de un personaje entregado a la exploración. Sentí, sin embargo, que hacia el final se iba convirtiendo en un sujeto cada vez menos flexible, que terminaba por autoconvencerse con sus propios ejemplos de laboratorio.

Veamos. Yo aprendí en la escuela que los demostrativos en función sustantiva llevaban tilde (ésta) y el adverbio "sólo" también. Esa norma ha ido cambiando, yo, bartlebyanamente, prefiero no hacerlo.

Como saben quienes leen este blog (¿hola?), apenas puedo decir que soy un usuario competente de esta lengua con la que tecleo y poco sé de otros idiomas. No obstante, con frecuencia me encuentro haciendo comentarios sobre lo bien o mal que me parece tal o cual traducción. En esos casos, trato de conseguir el texto original y, como si con eso bastara, diccionario y gramática al lado intento observar qué hizo el otro con ese material. Ahí, a veces descubro que mi sospecha tuvo algo de razón: quien tradujo se salteó un párrafo; o no. Entonces se trata simplemente de un desacuerdo estético. Pero ¿quién soy yo para juzgar las elecciones de un traductor profesional? Nadie.

La salida alternativa al empobrecimiento y reducción del mundo vía traducción meramente interpretante de contenido está acaso en la atención a la forma, no como algo separado o separable del contenido, sino como indisoluble productora de sentidos: la estructura, el orden de las palabras, la sintaxis, la rareza, el juego de palabras, el verso, el ritmo, tienen literalmente mucho que decir.

Cuando leí las reflexiones de Ingberg sobre la traducción me encontré más de una vez dándole la razón a sus razonamientos2. Y, sin embargo, en no pocos casos no me gustaron sus traducciones. Cito un ejemplo en particular que todavía me tiene pensando. Transcribo el original y la traducción de Ingberg y destaco la parte que me inquieta:

Lewis Carroll:
The Hatter's remark seemed to have no sort of meaning in it, and yet it was certainly English.
Pablo Ingberg:
La observación del Sombrerero no parecía tener ninguna clase de sentido, y sin embargo estaba sin duda en castellano.

Mi inquietud es la siguiente: ¿por qué en la traducción el "no" antecede a "parecía", si en el original parece estar más relacionado con lo que en la traducción será "tener"? Es decir, ¿no debería ser algo como "parecería no tener..."?

Esta desaveniencia, en todo caso, puedo adjudicarla a mi ignorancia. Es probable que se traduzca como dice Ingberg. El resto de las veces, que no son pocas, se debe más a cuestiones estéticas. Admiro, por ejemplo, el trabajo que realizó en la traducción de "The road no taken", de Robert Frost3, pero no me gusta. Entiendo que intentó mantener las rimas, que el poema siga sonando como poema, pero no me gustó. ¿Qué puede hacer un traductor frente a eso? Nada. ¿Qué puede hacer un lector de traducciones frente a eso? Nada.

[...] la tarea del traductor de poesía consiste, entre otras cosas, en lograr que el resultado de su trabajo suene a poesía en su propia lengua.

Más allá de estas cuestiones particulares que comento, vale decir que el de Ingberg es un libro por demás interesante. Finalmente lo ubicaré en la biblioteca, lo consultaré alguna que otra vez, pero sin dudas también se ha ganado un lugar en mi memoria. Lo tendré entonces, sí, como una lectura feliz. Como una lectura que me gustaría compartir.

Pablo Ingberg: Escribir palabras ajenas: notas sobre traducción. Editorial Universitaria Villa María (Eduvim), 2019. 330 páginas, 17 x 11 cm. Edición: Agustina Merro. Diseño editorial e ilustraciones: Juan Pablo Bellini y Manuela Eguía. Precio: 2000.

Postdata

Eduvim facilita la lectura digital de una parte del libro en este sitio.

1 Arcadia su nombre. No lo recordaba al momento de escribir el cuerpo del texto.

2 ¿Vale la pena que alguien que no se dedica a la traducción ni conoce otros idioma se entregue a este tipo de lecturas? Yo qué sé. Leo porque me gusta leer y, además, me considero capaz de seguir un razonamiento.

3 Cito este ejemplo, que no se encuentra en el libro, solo para evidenciar que no me quedé con los pocos ejemplos que contiene. Supuse que con esa pequeña muestra no bastaba para afirmar mi discrepancia estética con el traductor.